Errante

Sus ojos temerosos se niegan a mirar a los brazos que la invitan y vuelve a auscultar cuevas oscuras para encontrar el amor expandido, caballeros que viven sus misiones no como tareas sino como parte de su naturaleza inmortal. Quizás perderse como alguna vez en tiempos paralelos, plenitudes envolventes que dulcifican, certezas que atan las cortinas que no dejan pasar la luz.
Explorar con el deseo de que en vez del sol que cocina el atardecer sólo se escuhe el sonido de la lluvia que; traviesa, convertirá un momento cualquiera en un instante único.
Mientras avanza el oxigeno la intoxica sin matar. Se convierte en un cuerpo vacío, deshabitado. En un cuarderno de apuntes de una clase que no recuerda haber escuchado. Se convierte en seis y sietes con sabor a nada. Se transforma en despojo.
Se duerme en la ausencia.
En un tiempo sin distancias desea abandonar el alma en el mismo instante en que "alguien" festeja su fin. Y le sonríe mientras se necrosa por dentro.
Abril le recuerda que avanzar con esfuerzo es no dejarse caer en cada una de las esquinas que quieren regresarle en el tiempo sobre el camino. Restos de sabiduría y testarudes le impiden dejarse morir allí mismo.
Abril recoge su dolor recordandole que es parte del proceso.
No hay fuerza humana que atrape lo que no está.
Desata lo anudado.
Desarma lo articulado.
Abandona. Y deja ir.
Se despide y se vierte entera consumando lo escrito hasta vaciarse y decide empujar a "alguien" en las garras de un monstruo hematófago ya que decidió no apilar en esa ronda monótoma de eneros y febreros las distancias, frunces, fístulas, pústulas y arcadas que un amigo engañoso le recomendó preservar.
Prefiere el golpe y la sangre.
Prefiere el golpe a su serena convicción que huele a flores de sepelio.
Bienvenido Abril.