8.8.06

El viaje no es una carrera

Desde que se cansó que la estoy persiguiendo.
Cada mañana impulsada en parte por la necesidad de materialisarme y en parte por la fina cuerda que nos une me veo obligada a correr tras ella cuando la calle está desierta y cuando la brisa baila desvergonzada para entumecernos.
Con su maldita prisa y su perfecta capacidad para volar esconde como ninguna la brecha entre lo que siente y lo que hace.
He estado espiandola, y cuando se detiene la observo perdida, desconcertada, acelerada, consciente de que le falta algo y aún así prefiere jugar a esquivarnos, en los pasillos o en las calles. Incluso me deja abajo cuando va tomar la micro rumbo a casa.
Aveces hace como que va a buscarme, hasta que nuestras miradas se encuentran, tratando de derribar las distancias, o tratando de derribarme a mí cuando el tormento la sobrepasa.
Sin embargo no le tengo miedo, no suelo desistir... excepto esa vez que quizo enfrentar las cosas y trató de entablar una conversación. Y me bloqueó, tanto que no pude decir una palabra.
Sentí que algo extraño le estaba sucediendo y mi mente se vio amenazada por la idea de diluir para siempre el universo que habíamos construido.

Catorce horas tratando de alcanzarla en la nocturnidad de sus días son recompensadas por las cinco horas libres de pestañeos, cuando se vuelve fragil y brilla como nunca, cuando puedo permancecer a su lado sin que lo note. Esperando que la noche reparara el día y tuviera la certeza de que al despertar viera que sigo ahí , vuelve a sonar el despertador y ella acelera su corazón al compás de las lineas de su estúpida agenda.

Ya no importa que no me esperes, cuando el cansancio te gane nos encontraremos.
El viaje no es una carrera

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