9.5.10

El universo se formó hace 14 mil millones de años.
Cuando miro al cielo creo en todo lo que veo. Pero no en todo lo que siento.
Dicen que dios (por accidente u ocio) derramó la luz y la luz decidió convertirse en polvo porque quizo ser reflejo en un espejo. Y en algunos lugares ese polvo engordó y explotó en abrazos y ósculos y arrulló lazos enormes como osos polares. Y el polvo se transofrmó en estrellas, con anillos y collares de diamantes. Y la estrella cerró sus ojos y se quitó el collar que oprimía su pecho como quien rompe sus propias ataduras. Y dejó volar pedacitos de su alma que se condensaron y transformaron en planetas. Y en uno de ellos la atmósfera creó nubes como una bóveda celeste y llovió, llenando sus agujeros de océanos. Y en esa sopa primigenia los aminoácidos bailaron al son del vendaval y tejieron las cadenas de la vida, de doble hélice y en punto cruz. Y tras una serie de intermitentes réplicas (casi) perfectas apareció la especie humana.
Aparecí yo.
Apareciste tú.
Dios tuvo su primera jaqueca.
Y Darwin escribiría un libro sobre esto.
Y por fin la luz se desató en el cosmos.
Por eso hay momentos en que me da por pensar que es curioso que por un capricho de dios todos estemos formados de polvo de estrellas, pero no el cliché de "cada estrella es un beso para ti", no. Hablo de átomos, de polvo cuántico y del viento solar que se cuela por nuestro planetario y debilitado campo magnético. Hablo de los pedacitos de astros primitivos que traen tu aroma galáctico y quizás por eso me pregunto donde estarás cada vez que miro al cielo, y a este universo de 14 mil millones de años.